Esta semana se cumplió el centenario del nacimiento de Julio Cortázar. Ese gran escritor argentino dejó el legado de una obra maravillosa que todos tendríamos que conocer. En lo personal siempre me cautivaron sus palabras. Escritas en prosa o poesía tienen la capacidad de hacerme volar.
En la red circularon en estos días muchas de sus frases. Hoy me quedo con ésta: “Yo creo que desde muy pequeño mi desdicha y mi dicha al mismo tiempo fue el no aceptar las cosas como dadas. A mí no me bastaba con que me dijeran que eso era una mesa, o que la palabra “madre” era la palabra “madre” y ahí se acaba todo. Al contrario, en el objeto mesa y en la palabra madre empezaba para mí un itinerario misterioso que a veces llegaba a franquear y en el que a veces me estrellaba. En suma, desde pequeño, mi relación con las palabras, con la escritura, no se diferencia de mi relación con el mundo en general. Yo parezco haber nacido para no aceptar las cosas tal como me son dadas.”
Esa pasión por las palabras, y ese inconformismo, entre tantas otras cosas, lo llevó a mostrar su maravilloso universo interior. Cuenta su biografía que de pequeño solía estar bastante tiempo enfermo y en cama, con lo cual se dedicaba a devorar los libros que más lo apasionaban. Tanto leía que su madre se llegó a preocupar. Esto la llevó a consultarle a los médicos, quienes recomendaron que el pequeño Julio dejase por unos meses los libros y saliese a jugar al sol.
Si bien no todos nacemos para escritores, cada ser humano tiene características que lo hacen único. Todos podemos desarrollar el arte que hay dentro nuestro. Si nos dedicamos a descubrir ese universo interior, lo mejor de nosotros surgirá tarde o temprano: la capacidad de observar con detenimiento y maravillarnos hasta de lo más sencillo (como hacia Cortázar) y desarrollar otros valores humanos, podremos ayudar a que los niños no pierdan sus alas, esa fuerza que les permitirá usar la creatividad para resolver problemas de la vida, cumplir sus sueños y modificar su realidad.
Por eso creo que es importante poder enseñarles a nuestros hijos a descubrir el arte, la música, la literatura porque de esa manera les estamos dando herramientas para que no pierdan esa conexión con lo más genuino que tienen.
Y es que las obras de arte tienen la capacidad de conmovernos. La palabra “conmoverse” etimológicamente significa “moverse completamente”. Conmovernos es dejar que el arte penetre en nuestro mundo y nos modifique, nos sensibilice y nos haga quitar las telarañas que ha tejido la costumbre en nuestras pupilas, como dice el poeta Oliverio Girondo. Es dejarse cautivar por un libro, por una película, por una bella pintura que nos transmite algo, que nos moviliza a actuar de determinada forma. Pero si no nos conmovemos con nada, nos quedamos estáticos, nuestra vida se vuelve monótona y jamás tendremos la sensibilidad necesaria para amar la vida, para cuidar a los demás y cuidarnos a nosotros mismos.
Qué importante que es poder convertirnos en buscadores y guiar a nuestros hijos en esa aventura. Ellos luego continuarán solos pero la semilla la debemos colocar nosotros para que en un futuro germine esa necesidad de nutrirse de nuevos conocimientos y experiencias.
Si eres apasionado por algo, por tu trabajo, por el arte, por la vida, le transmitirás esa pasión a tus hijos y al mismo tiempo, serás su inspiración para a encontrar la propia, para vivir de una vocación que los colme y les dé la felicidad de sentirse realizados.
Crédito de la foto: Photopim
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