Cuando nos convertimos en padres todo cambia en nuestras vidas, incluso aquellas facetas que consideramos inamovibles y permanentes, como son las amistades más antiguas y entrañables. Estas relaciones también mutan indefectiblemente y resulta todo un desafío adaptarse a la nueva realidad que, aunque sea por un tiempo, ya no será la misma.
Como sucede cuando organizamos un partido de básquetbol o fútbol entre amigos y nos dividimos entre casados versus solteros, a partir del nacimiento del primer hijo, la vida se divide entre amigos con hijos y amigos sin hijos. El cambio en la realidad de los padres es tan rotundo que aunque tratemos de disimularlo, las diferencias se hacen evidentes y en muchas ocasiones, resultan imposibles de conciliar y nos alejan, en lo cotidiano, de personas que queremos mucho.
Con Caro pensábamos, antes del nacimiento de Manuel, que íbamos a ser padres modernos que mantendríamos todas las relaciones y actividades sociales intactas, más allá de la llegada del bebé. Estábamos seguros de que íbamos a incorporar al nuevo integrante de la familia a nuestras vidas cotidianas sin tanto esfuerzo. El tema es que no contemplábamos las dificultades gigantescas que esto conlleva y, sobre todo, no anticipamos que los propios amigos cambiarían en su interés y actitud para con nosotros.
Muchos amigos tienen la mejor de las predisposiciones y, al igual que sucede con los abuelos, verlos expresar su cariño para con tu hijo, resulta hermoso y emociona hasta las lágrimas. Pero por más bien intencionada que sea la persona y por más buena voluntad que le pongamos, tarde o temprano las diferencias entre ser y no ser padres aparecen y crean cierta distancia, simplemente por estar viviendo momentos distintos de la vida.
Pongamos un ejemplo, las típicas cenas entre amigos de los fines de semana cambian profundamente. Lo que sucede es que los que somos padres no podemos entregarnos placenteramente a los horarios naturales de la reunión, sino que estamos organizados a partir de las necesidades del bebé. En las reuniones entre amigos, los horarios no son estrictos y podemos comer muy tarde, prolongar mucho la sobremesa y a medida que avanza la noche las carcajadas y los volúmenes de charla van aumentando. Esta situación suele ser incompatible con las necesidades de un bebé y pedirle a todo un grupo que se adapte es simplemente absurdo, por lo que los padres tenemos que aprender a resignar estas noches todos los fines de semana, para disfrutarlas más esporádicamente.
Esto generó que nos empecemos a juntar más regularmente con aquellos amigos con los que compartimos las mismas cosas y momentos de la vida, básicamente otras parejas de padres. Situación que se dio con naturalidad, porque los niños pasan a ser un tema de conversación muy frecuente y compartir inquietudes y dudas resulta necesario.
El secreto está en saber encontrar un equilibrio entre ambas necesidades, no podemos exponer al bebé a que se adapte a las reuniones constantes de grandes grupos de amigos, pero tampoco debemos renunciar a ellas de manera definitiva y desaparecer de la faz de la tierra. Hay que incorporar al bebé a la vida social de los padres, pero siempre priorizando sus necesidades, para no perder a los espacios de esparcimiento y no generar situaciones incómodas para los amigos.
El cambio que generó Manuel en la relación con nuestros amigos es más bien un crecimiento y un desarrollo, que debilita algunos lazos y fortalece algunos otros. Lo importante es vivirlos con naturalidad y no forzar situaciones innecesarias.
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