AQUELLO QUE DECIMOS: Los niños creen en los padres.
Cuando les decimos una y otra vez que son encantadores, que son los príncipes o princesas de la casa, que son guapos, listos, inteligentes y divertidos, se convierten en eso que nosotros decimos que son. Por el contrario cuando les decimos que son tontos, mentirosos, malos, egoístas o distraídos, obviamente responden a los mandatos y actúan como tales. Aquellos que los padres o quienes nos ocupamos de criar, decimos, se constituye en lo más sólido de la identidad del niño. Los niños no tienen más virtudes unos que otros. Ahora bien, el niño no suficientemente mirado, mimado, apalabrado y tomado en cuenta por sus padres, dará mayor crédito a sus discapacidades. Y sufrirá. En cambio el niño mirado y admirado por sus padres, amado a través de los actos cariñosos cotidianos, contará con una seguridad en sí mismo que le permitirá erigirse sobre sus mejores virtudes y al mismo tiempo reirse de sus dificultades.
Si nos damos cuenta que nuestros hijos sufren, si tienen la autoestima baja, si tienen verguenza, si se creen malos deportistas, malos alumnos, o que no están a la altura de las circunstancias, si les cuesta hablar, relacionarse, jugar con otros, si suponen que son lentos, o si son víctimas de las burlas de sus compañeros, nos corresponde accionar a favor de ellos, ya mismo. Lo peor que podríamos hacer es exigirles que asuman solos sus problemas.
De ahora en más… ¡SOLO PALABRAS DE AMOR PARA NUESTROS HIJOS! gritemos al viento que los amamos hasta el cielo. Y más alto aún. Y más y más.
Paola Romero dice
me encantó!