Durante los primeros días de esta semana realicé un viaje de negocios (en otro post les cuento sobre la experiencia) en el que tuve el placer de compartir con queridas amigas colegas que hacía mucho no veía. Entre las tantas conversaciones que tuvimos, surgió el tema de la adolescencia de nuestros hijos, ya que con el paso del tiempo los pequeños niños que protagonizban nuestros blogs han crecido. Tema que como les comentaba a mis amigas, en un momento me generó mucha nostalgia. Es duro ver el paso de tu chiquito, por siempre bebé a los ojos de la madre, a un joven a pocos pasos de la adultez. Es difícil. Para colmo, yo me siento todavía tan jóven. Cuando Gabriel comenzó la escuela media (Middle School) fue mi primer gran choque con la realidad.
¿Ya terminó la escuela primaria?
¿En qué momento pasó tan rápido el tiempo?
¿Dónde quedó mi bebé que me pedía que le leyera una y otra vez el mismo cuento?
¡No quiero que crezca!
Eran algunas de las frases que me repetía una y otra vez. Mi mamá me decía a modo de consuelo: Lo bueno es que crezcan. Claro que lo entiendo, sin embargo me asustaba el hecho de verlo crecer tan rápido. Esa sensación tan horrible de que se te escapa como agua entre los dedos y que había tanto que querías hacer con tu hijo y no lo hiciste por un millón de excusas diferentes. En fin, esa culpa tan fea que suele invadirnos. Y eso en cuanto al pasado.
Por otro lado el miedo a lo que viene. El miedo al futuro inmediato. Tantos peligros que trae consigo el período de la adolescencia y otra vez esa inseguridad invadió mi ser, como la que sentí al tenerlo por primera vez en mis brazos:
¿Seré buena madre?
¿Seré capaz de darle todo lo mejor y guiarlo por el buen camino para que se convierta en un hombre feliz y buen ser humano? Este mundo es tan difícil.
¿Tendré la fortaleza e inteligencia suficiente para lograrlo? ¡Oh Dios! Por favor, mundo difícil no te tragues a mi hijo.
Es tan grande el amor, tan inmenso como los mismos hijos no pueden llegar a dimensionar, que si fuera realmente posible un paraíso donde el dolor no existiera, las injusticias y el peligro no existieran, les entregaría en un abrir y cerrar de ojos, sin dudarlo. Pero luego de renegar mentalmente, hay que caer en la realidad y hay que protegerlos y cuanto más prepararlos para este mundo imperfecto, que es lo que es. Es lo que tenemos. Lleno de belleza y cosas por las que vale la pena estar vivos, pero bastante jodido también (con el perdón de la expresión vulgar).
Tal vez no haga falta enumerar cuales son los peligros de la etapa de la adolescencia, sin embargo nunca está de más recordarlos, porque a veces podemos caer en ese espacio en el que pensamos que a mi hijo nunca le va a suceder tal cosa, y cuando nos pasa nos queremos dar la cabeza contra la pared y pensamos en todo lo que podríamos haber hecho en su momento para evitarlo. No queremos ser esa Madre, por eso aunque duela, mas vale enfrentarse y hacerse cargo. Usemos el miedo como un motor para dar lo mejor de nosotras mismas. Tal vez sentir miedo es inevitable, pero se puede superar y lograr un relación con nuestro hijo adolescente saludable. No le tengas miedo a tu hijo adolescente. No te tengas miedo a ti misma como madre. Si tenerle miedo a los peligros de este mundo y actuar en consecuencia para proteger a nuestro amado hijo.
Algunos peligros comunes de la adolescencia
¿Qué hacer?
La idea de este artículo, no es hablar a profundidad sobre cada uno de los puntos mencionados arriba, ya que cada uno de ellos es complejo y se merece un artículo por separado para poder verlos a profundidad. El punto es, reconocerlos como reales. Reconocerlos como propios. No no son ajenos. Por muy buen trabajo que consideremos estamos haciendo como padres y educadores, los anteriores son temas que nos tocan a todos, sin importar el estatus social. A cualquiera le puede suceder. Son temas que merecen ser estudiados y como padres nuestra tarea es tomarlos con la seriedad que se merecen e informarnos muchísimo. Hay un mundo de información al alcance de nuestras manos. Hagamos uso de ella. Sáquemole provecho y junto con eso, derribemos nuestros miedos, nuestros propios juicios. Derribemos nuestras limitaciones, descúbramonos como adultos imperfectos que somos. Descubramos nuestras vulnerabilidades y defectos. Descubramos nuestras flaquezas y hagámonos cargo. Descubramos nuestras frustraciones y también nuestro potencial. Es en la propia aceptación, conocimiento y edificación que mejor podremos realizar nuestra tarea de padres. Reconozcamos el amor inmenso que somos capaces de dar naturalmente y desde allí el miedo a nuestro hijo, proyección indiscutida de nostros mismos, se desvanecerá como el humo en el viento.
Es a partir del dialogo interno que seamos capaces de crear, que se lograrán los mejores diálogos con nuestros hijos adolescentes. Es a partir de las propias cosechas que lograremos sembrar las mejores semillas en ellos.
No quiero caer en clichés, no quiero que sea un artículo más sobre adolescencia. Pero si quiero llevar a la reflexión y a esa urgencia que nos haga caer la venda de los ojos. Nuestros hijos sufren, nuestros hijos no son tontos y todo lo que pasa en el mundo los afecta, y se confunden. Tenemos que estar ahi para ellos, de la mejor manera posible. A pesar de todos nuestros dolores, a pesar de todas nuestras preocupaciones, a pesar de todas nuestras ocupaciones. Hay que aprovechar el momento. Ahora. Mientras están creciendo.
Involucrarse.
Información, educación, comprensión, mucho diálogo, paciencia y más comprensión. Abrir la mente. Abrir el corazón. Tolerancia. Aceptación. Alegría. Ejemplo por sobre todas las cosas y mucha atención. Tal vez ahora, en la adolescentcia, la necesitan más que cuando eran chiquitos en pañales.
Y ahi te dejo algunos puntos de reflexión.
Todos somos capaces de triunfar. No nos subestimemos y tampoco a nuestros hijos.
Disfruta la etapa. Disfrutala al máximo tanto o más como las anteriores y ese será un buen punto de partida para transitar con tu hijo una adolescencia saludable.
Cariños querida Mamá.
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