Yo he sido un consumidor feroz de contenido audiovisual toda mi vida. Desde temprana edad, alrededor de los 8 o 10 años, me fascinaron los dibujos animados, las películas, los programas de televisión, los deportes televisados y hasta los canales de videos musicales que eran furor en la década de 1990. Por lo tanto, mi apreciación con respecto a la TV como medio de comunicación siempre fue benévola. Pero de todas maneras, no pude evitar sorprenderme al presenciar cómo este poder magnético de la tele también surtía su efecto en Manuel de tan sólo 4 meses; y me surgió la pregunta inevitable ¿Será bueno que el bebé mire televisión?
Una tarde en la que Manu estaba muy incómodo por sus cólicos y no se calmaba con nada, en el cansancio prendí la tele para ver un partido de fútbol mientras lo mecía en mis brazos. Para mi sorpresa, el bebé se entretuvo inmediatamente con las imágenes de la pantalla. Esto me llamó tanto la atención, que decidí sintonizar los canales especialmente diseñados para niños para ver cuál era su reacción. Al ver los colores y los personajes llamativos en la pantalla, se quedó como hipnotizado y hasta mostró signos de entusiasmo moviendo sus piernitas y balbuceando animadamente.
Mi primera reacción fue de asombro al ver lo atractivo que resultaba ese contenido para un bebé tan pequeño y mi reflexión al respecto fue que en esta etapa de su vida, al no consumir contenidos sino solamente estímulos, la tele no podía ser perjudicial para él. De todas maneras, no me quedé tranquilo con mi intuición y consulté con algunas fuentes científicas y médicos amigos para que me comenten sus criterios al respecto.
Resulta que mi deducción era totalmente errónea y los profesionales de la salud recomiendan no exponer a los bebés menores de entre 24 y 30 meses de edad a contenidos audiovisuales, porque su sistema nervioso no está preparado para naturalizar la secuencia de imágenes bidimensionales de video.
Durante los primeros dos años y medio, los niños experimentan el crecimiento cerebral más importante de toda la vida de un ser humano y desarrollan, entre otras muchas capacidades, el análisis de la visión periférica, la visión telescópica y el reconocimiento del entorno a partir de los 5 sentidos. Las pantallas en general, sólo estimulan la visión en dos dimensiones (alto y ancho) en donde los tamaños y las distancias están simulados por la perspectiva y no existen los aromas y las texturas táctiles.
Esto genera inconvenientes en el aprendizaje porque el pequeño/a necesita de estímulos reales que conecten todos sus sentidos y le permitan interpretar el entorno. Hay estudios realizados por la Asociación Americana de Pediatría que concluyen que la exposición temprana a contenidos audiovisuales retrasan el desarrollo del habla y también generan problemas en los ojitos de los niños, lo cual explicaría el incremento alarmante de la cantidad de niños con anteojos en la actualidad.
Recién después de los dos años y medio, los niños están listos para entender que lo que ve en la pantalla es una representación y comienzan a consumir el contenido de la misma manera que lo hacemos los adultos. Momento en el cual, se hace indispensable la moderación y compañía de los padres para que los contenidos educativos infantiles cumplan con su función.
En conclusión, la tele no es una alternativa para callar al bebé en los momentos en que está nervioso o inquieto y tampoco es educativo para niños más grandes si no cuentan con el acompañamiento de los padres. En mi vida, la exposición a la comunicación audiovisual se dio en el momento apropiado naturalmente, pero hoy en día hay que saber esperar unos años para poder compartir con nuestros hijos momentos frente a la tele.
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