Resulta sorprendente ver el crecimiento constante de un bebé, porque de una semana a la otra, incluso de un día al otro, incorporan nuevos comportamientos y aprendizajes. Pero a partir de los tres meses, uno de los cambios más notorios y agradables para los padres, es la repentina capacidad de reírse a carcajadas y de utilizar sus manitos cada vez mejor.
Con 5 meses recién cumplidos, Manuel ya utiliza ambas manos para tomar objetos grandes, arrastrarlos hacia su boca, entrelaza las manos y las mira atentamente y desde hace apenas un mes, nos alegra con hermosas carcajadas muy contagiosas.
Durante el primer trimestre de su vida, me llamaba poderosamente la atención que Manu no respondía a las cosquillas. Cada vez que lo cambiaba o jugaba con él, trataba insistentemente de hacerlo reír acariciándole la planta de los pies o soplándole la pancita, pero no obtenía nada a cambio. Si bien sí conseguía sus sonrisas, sobre todo al hacer contacto visual, no lograba que se riera. Mi reflexión era que simplemente no tenía cosquillas como sucede con algunos adultos, pero al comentarle a los abuelos, su respuesta fue clara: “Dale tiempo, ya se va a empezar a reír.”
Un día cualquiera, me dispuse a cambiarle el pañal a mi bebé de 4 meses, algo apurado porque tenía que volver a mis tareas laborales y para mi alegría, al sacarle la mediecita de un tirón suave, Manu me regaló una carcajada clara y hermosa. Capturando toda mi atención, no puedo evitar reírme a la par y practicar nuevas cosquillas en su piecito. La novedad fue un festejo para los dos, cada contacto con su piecito se traducía en una hermosa risa, inolvidable.
Desde ese día, las carcajadas de Manu son una música cotidiana en nuestra casa. Ahora no sólo reacciona a las cosquillas, sino que le gusta cuando le hacemos caras raras, sonidos agudos, nos ocultamos atrás de una tela para aparecer de pronto y cuando le hablan los abuelos.
Algo similar sucedió con sus manitos. Apenas nació, a Caro y a mí nos sorprendía la capacidad que tenía para tomar objetos. En los primeros días, Manu se llevaba la manito a la cara, tomaba el chupete y se lo sacaba de la boca. Al investigar un poco, descubrimos que esto era un reflejo natural que todos los bebés poseen y con el correr de las semanas lo fue perdiendo paulatinamente. Hasta que un buen día, espontáneamente, lo observo sentadito en su coche mirando fijamente su mano izquierda y moviéndola en distintas direcciones. Entusiasmado le acerqué un juguete para que trate de tocarlo, pero no respondió. Para mis adentros, pensé que era parte de mis ansiedades de padre primerizo, que había sido una mera casualidad.
Pero al otro día, mientras estaba tranquilito en su cuna mirando su móvil musical, comenzó una vez más a mirarse la misma mano con atención y a moverla suavemente. Desde ese momento el desarrollo es constante. A la semana, descubrió su otra mano, a los pocos días, comenzó manotear objetos con sus manitos por separado y al par de semanas ya las juntaba frete a sus ojos con una expresión de profunda concentración.
A partir de los 4 meses y una semana, estas habilidades le permitieron empezar a tocar los objetos que tiene al alcance y acariciar voluntariamente a la madre cuando se alimenta, un momento de conexión único entre ellos.
Algunas semanas atrás, estaba durmiendo una siesta con Manuel y me despierta una palmadita suave en el hombro, al girar la cabeza y abrir los ojos me hace una sonrisa amplia y Caro, que contemplaba la situación callada, me dice: “Hace un ratito que te quiere despertar”.
Todos estas vivencias tan personales, responden a un proceso normal y lógico de crecimiento que los padres vivimos con enorme intensidad, porque cada aprendizaje es un festejo. Todos los bebés se ríen y utilizan las manitos por primera vez, pero cuando tu bebé lo hace, te estalla el corazón de felicidad.
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