Ayer Manu cumplió 6 meses de vida y al irme a la cama, luego de un día muy especial para Caro y para mí, no pude evitar recordar esa primera noche. En mi caso, el recuerdo es feo y triste porque a nosotros nos tocó vivir la desagradable situación de un nacimiento prematuro o adelantado. Desgraciadamente, ésta situación es cada vez más frecuente, por lo que me parece importante compartir mi experiencia.
Esa fue, posiblemente, la peor noche de mi vida ya que el nacimiento de Manu se precipitó en la semana 34 del embarazo. En resumidas cuentas, a las 8:30 de la mañana fuimos con Caro a una consulta médica porque estaba con algunos inconvenientes y de un momento al otro nos desayunamos con la noticia de que tenían que realizar la cesaria de urgencia. Sólo me dieron tiempo de ir a buscar el afamado bolso de nacimiento, que por alguna razón, Caro se había apurado a preparar la semana anterior de manera totalmente intuitiva. A las 11:30, Manuel ya había nacido.
En el sanatorio con mi hijo Manuel
El motivo que condicionó todo fue una enfermedad hepática que sufrió Caro, bastante inusual, llamada Colestasis Intrahepática del embarazo. Básicamente, la placenta genera una disfunción en el hígado de la mamá, provocando una disminución de bilis en el sistema. Irregularidad que genera una picazón insoportable en la madre y contamina el líquido amniótico, lo cual puede ser muy peligroso para el bebé.
Todo esto lo sabíamos de antemano, pero en general ésta es una condición que se controla con la medicación que ella estaba tomando (ácido ursodesoxicólico), por lo que no esperábamos que nos toque a nosotros este desenlace tan espantoso.
Hablando más tarde con algunos padres que pasaron por situaciones similares, todos coincidimos en que durante los embarazos, las parejas solemos pensar que las cosas malas no nos van a tocar, más allá de los temores lógicos.
Pero al hablar con el obstetra, me confirmó que los nacimientos prematuros están aumentando de manera preocupante en todo el mundo. Los casos como el de la enfermedad de Caro, la preclamsia y la diabetes gestacional están aumentando considerablemente todos los años.
Caro y Manu los primeros días en casa.
Volviendo a ese Lunes espantoso, para las primeras horas de la tarde, yo estaba con un bebé de apenas 4 libras (2.200kg) en una incubadora, con cables y tubos de todos los tamaños que le intervenían el cuerpo y con Caro sufriendo, anémica, tendida en una camilla, muy dolorida, bastante anestesiada y sin la fuerza suficiente como para ir a ver a Manuel a la sala de neonatología.
Cada tres horas, dejaba de atender a Caro en la habitación donde estaba internada, para ir a ver al pequeñísimo bebé que con toda la fuerza de su cuerpo inhalaba una y otra vez, esforzándose por desarrollar sus pulmones que no contaban con la maduración suficiente.
Aunque parezca mentira, mi bebé era el más grande de la sala; el resto de los bebitos internados eran considerablemente más pequeños, con pesos que llegaban a la mitad del de Manu. Pero al volver la vista al mío, no podía evitar desarmarme en llanto, mientras que los médicos me apuntalaban cada vez que me quebraba, repitiéndome que confíe en su trabajo, que iban a hacer todo lo posible para que salga adelante. Por suerte era un bebé sano, sólo le faltaba madurar los pulmones.
Caro con Manu al mes y medio de nacido
Esa pesadilla vespertina, se agravó durante la noche. Caro seguía muy dolorida en la cama, pálida, profundamente triste por no poder ir a ver a su bebé y yo tratando de contenerla como podía, sin dejar de ir estrictamente cada 3 horas para compartir unos veinte minutos con Manu, aunque sea a través de un vidrio. Por suerte, en las prácticas de neonatología modernas, nos permiten a los padres tocar al bebé dentro de la incubadora. En cada visita, colocaba mi mano sobre todo su torso, le cantaba y le pedía que siguiera luchando con fuerza. Recorrer la distancia que separaba a Manu de Caro era una tortura solitaria que debía disimular en cada extremo.
A la mañana siguiente, Caro sacó fuerzas de lo más profundo de su ser para ir a ver a Manu por primera vez y empezamos a ir a visitarlo juntos, siempre cada tres horas. Así pasaron varios días, Manu seguía luchando con todas sus fuerzas, nosotros atrapados entre el bebé internado y el resto del mundo.
Aquí surgió una situación difícil de manejar, porque el resto de la gente, en su afán de celebrar el nacimiento, nos llamaba para felicitarnos y querían vernos, pero nosotros estábamos desbastados por la situación. Son demasiadas sensaciones, demasiados sentimientos y sobre todo, demasiados los temores.
Manu con 5 meses
A los 4 días nos mandan solos a casa, el bebé internado. Perdimos la noción del tiempo, el día era lo mismo que la noche, estábamos muy preocupados por él y cada tres horas, lo visitábamos para estar con él unos escasos 45 minutos.
Hasta que, en un momento, todo comenzó a mejorar. Los cables y tubos que intervenían su cuerpito cada vez eran menos, comenzó a comer del pecho de la madre y cada visita se mostraba más fuerte. Lloraba mucho y eso era una buena noticia.
Después de 11 días solo en la unidad de neonatología, nos proponen hacer una prueba de adaptación en una habitación dentro de la institución, para que pasemos la primera noche solos con el bebé.
Al igual que el día de su nacimiento, no pude dormir en toda la noche, pero ahora con las obsesiones normales de un padre primerizo. Me la pasé mirándolo y acariciándolo.
A los 3 días nos mandaron a todos a casa. Llegamos con un pequeñísimo bebé de 14 días, pero sabiendo que sólo habían pasado 36 semanas desde su concepción, aún era temprano. Paradójicamente, el nacimiento prematuro de Manu es el evento más feliz de mi vida y coinciden con el día y la noche más aterrorizante que me han tocado vivir.
Manuel hoy!
Deja una respuesta